No se si me duele porque te fuiste... o por las tres tazas de café que me tomé.

Elegía al día que nace

Lentamente las manecillas del reloj recorren el camino que pareciera eterno hasta alinearse justo sobre las 12, marcando el inicio de un nuevo día mucho antes que la alborada.
El calendario recorre otro día más sin dar pausa a su acelerada marcha.
El reloj, alguna vez aliado del nuevo día, no hace pausa alguna para celebrarle y continúa su inexorable combustión de tiempo, segundo tras segundo.
El poeta que escribe no lo recibe en sus versos.
El noctívago que deambula no se tropieza con él.
El bibliófilo no advierte en las páginas que devora el preludio de la fecha.
El cotidiano habitante lo recibe durmiendo sin abrirle espacio al acontecimiento entre sus sueños fantásticos. 
Llega el momento preciso en que la entrada del nuevo día es más que notoria, pero cuanto hay que darse cuenta de ello el antiguo cómplice de la data ha consumido parte de su fuerza vital, y confundimos su preludio con su clímax; comenzamos la jornada como si recién hubiera empezado, sin importancia, sin energía, sin prisa… negándola.
 Cuando el sol abre su telón pintado de naranjas y amarillos cálidos, difuminados entre las nubes para dejar ver al crepúsculo, los mortales se dan cuenta de su pecado, han visto pasar fugazmente a un moribundo que en sus últimos suspiros los condena a padecer el precio de su falta.
Las horas perdidas, las horas ignoradas, las que ya no volverán, son ahora las horas que desean tener al caer la noche. Pero el destino del día está escrito, ahora es un viejo sin fuerza y el reloj ha dejado de ser su confidente, sus agujas penetrantes le hieren a cada paso sin tener clemencia… sin perdón.
La alineación casi cósmica se repite una vez más en el universo del cronógrafo, justo a las doce, para matar a su viejo aliado a quien alguna vez le dio la vida, convenirse con un nuevo día al que traicionará apenas corra el primer segundo de su efímera existencia y repetir una vez más el pecado cotidiano de los hombres, el pecado de olvidar el nacer de un nuevo día.



~Rafael Ibarra de la Torre