Se apoderan del lugar como si
fueran dueñas, como si no hubiera pasado, como si hace unos minutos no te
hubieras ido por la puerta del frente. Observan la zona de guerra, el panorama
devastado por la batalla campal que sucedió ahí mismo. Al fondo los platos, la
ropa, tu cuerpo. Y yo aquí, sufriendo con las moscas, contando uno a uno esos
aleteos furtivos que marcan el compás de mi corazón.
Vuelan las moscas. Pero no vuelan
fuera, se quedan recriminando las cosas que te escupí la cara, y con sus ojos
azules y sus patas pequeñas y su panorámica en la zona del desastre se encargan
de continuar. Pero no continúan solas, están conmigo, se posan en mis piernas,
así como te posaste tú, me recriminan igual que tú, se enojan casi como tú,
pero ellas se han quedado conmigo, contrario a lo que hiciste tú.
Las moscas no entienden que te
fuiste. No entienden que no estabas contento, que te faltaba el aire y sentías
la prisión que significaba cada cuadro, no entienden que eres alérgico al aroma
de las bugambilias recién rociadas y que eres intolerable a la lactosa de mis
besos.
Ahora no sé si mi dolor de estómago
es porque te fuiste, o si es por las tres tazas de café que me tomé en tu
ausencia. Ahora, no sé qué será de las tardes en que jugábamos a ser, ni sé
tampoco, a dónde van a ir aquellos planes que se escurrían por entre tu boca.
Pero sobre todo, no sé en qué desagüe terminará mi esencia, esta, la que se
cuela por una regadera que suelta gotas y más gotas y suelta llanto y más
llanto y suelta mi alma que no puede.
(Inconcluso; Frydha V. Ramos)
(Inconcluso; Frydha V. Ramos)