No se si me duele porque te fuiste... o por las tres tazas de café que me tomé.

MUERTE

Muerte. Vida. Muerte. Eterna. Muerte. Nunca. Muerte. Acaba.
Hurgarte, es entrañarse en los más recónditos lugares del ciclo vital. Es nacer, crecer, reproducirse y morir. Volver al pasado, encontrar el cuerpo carcomido de algún ser.
Narrarte, es disfrutar la manera en que mi boca tímida se encuentra con tus cinco letras. Se entreabre despacio, tiene miedo, hace una mueca y permite que su lengua juegue en el paladar, ronronea y culmina de golpe, como si intentara olvidarte. Pero sigues presente: MUERTE.
Eres asco, tristeza, soledad. Los sentimientos que se encuentran en la mitad de mi cuerpo, los sentimientos que estallan esparciéndose alrededor de mi pelo, que vuelan como buitres, que intentan devorarme, que no pueden todavía.
Escribirte, muerte, es escribir mi desgracia transformándose en gloria. Desdibujar una silueta que se aparece al fondo, trasminar en las paredes las lágrimas vivas que derramé hace doscientos setenta días. Es superar mis miedos.
Déjame seducirte, hipnotizar tu ritmo, marear tus pasos, como lo he hecho durante diecinueve años, cobrarte las que me debes, las noches en vela, el miedo en mi piel cada vez que te evoco, muerte.
Traicionera. Multifacética. Infame.
Te presentas en una bala. En dos, cuatro, seis llantas. Te cuelas en una sonda que sale del pecho y tomas la voz de doctores que taciturnos se pasean en un hospital caro. No haces caso, ignoras plegarias, te diviertes danzando entre las oraciones perdidas en una vieja capilla de rancho. Veladora perpetua de flama eterna. Muerte, es susurrarte lentamente, tan lenta como tú.

Seguiré aquí, hasta que te canses de rondarme, hasta que aburrida, tomes tu navaja y cortes mi cuello, mis manos, mis alas. Sé que llegará el día en que te encuentre, que me aspires el alma por los poros y me prives de sentir, en que te encare y te reclame una a una las soledades que me has causado. Muerte.